Hola, soy Enrique Ochoa.
Soy arquitecto, pero no del tipo que solo hace planos. Me gusta pensar que lo que realmente hago es acompañar a las personas a darle forma a sus ideas, a sus sueños, y convertirlos en un espacio habitable, humano… y profundamente suyo.
Desde niño estuve metido entre mezclas, varillas y ruidos de obra. Mi papá era ingeniero civil y muchas de mis vacaciones fueron en construcciones, oliendo a tierra mojada y concreto fresco. En lugar de aburrirme, me fascinaba. Me gustaba ver cómo algo que solo estaba en papel se volvía real. Desde entonces supe que quería hacer algo que tuviera esa magia: imaginar y construir.
Hoy, en Trignum Arquitectura, eso es justo lo que hago. Pero no me interesa hacer edificios bonitos nada más. Me interesa lo que hay detrás: las vidas que van a ocurrir dentro, las rutinas, los silencios, los juegos de los niños, las cenas en familia. Me gusta sentarme a escuchar lo que mis clientes realmente quieren, incluso si ellos aún no lo tienen claro. A veces llegan diciendo que quieren una casa de tal estilo… y terminamos diseñando algo completamente distinto, algo que refleja lo que en el fondo estaban buscando, pero aún no sabían cómo expresar.
Recuerdo una clienta que me dijo: “Enrique, no quiero una casa, quiero volver a sentirme en paz.” Lo que construimos fue un espacio lleno de luz, con un pequeño estudio que daba al jardín, donde ella ahora escribe todos los días. O una pareja que soñaba con una cocina abierta porque era donde más se reían juntos. Cuando entregamos la obra, me dijeron: “Este espacio nos empuja a estar más presentes.” Para mí, eso vale más que cualquier reconocimiento.
Trabajo con pocos proyectos a la vez porque me gusta estar realmente involucrado. Creo en la arquitectura artesanal, la que se piensa con pausa, con cariño, como quien talla una pieza a mano. Y también creo en el poder de los detalles: un ángulo bien pensado, una ventana colocada con intención, una textura que se siente como hogar.
No todo ha sido fácil. He tenido etapas donde me sentía perdido, abrumado, con miedo de no estar haciendo suficiente. Pero descubrí que cuando diseño desde lo que realmente me importa —la conexión humana, la belleza útil, la vida cotidiana— todo empieza a tener sentido otra vez.
Hoy comparto mi experiencia también en otros formatos: escribo, dibujo, hago videos… no para vender, sino porque me gusta compartir lo que aprendo, lo que me inspira, lo que me frustra incluso. Porque creo que el conocimiento debe circular. Y si algo de lo que yo hago puede ayudar a otro a pensar distinto, o a dar un paso, ya valió la pena.
Si llegaste hasta aquí, gracias.
Y si tienes una idea en mente, una inquietud, un proyecto en ciernes… me encantaría escucharla. No para venderte algo, sino para ver si puedo ayudarte a darle forma. A veces basta con una buena conversación para que todo empiece a moverse.
Estoy por aquí, con un café en mano y los oídos bien abiertos.
